Época: América 1550-1700
Inicio: Año 1500
Fin: Año 1700

Antecedente:
Las minas de plata y oro



Comentario

La minería se movió con el trabajo forzoso. Primero con el repartimiento indígena, luego con el encomendado, más tarde con el esclavo y, finalmente, con el impuesto mediante el repartimiento de minas (en México) y la mita (en Perú). Esta última era una antigua institución incaica de prestación al Estado, que el virrey Toledo remodeló convenientemente: el 14% de los hombres pertenecientes a las 16 provincias más próximas a Potosí (entre Cuzco y Tarija) tenía que laborar durante un año en las minas, por cada siete de su vida activa (entre 18 y 50 años). De esta forma se pudieron concentrar en Potosí 13.500 indios, que trabajaban una semana y descansaban dos, divididos en tres grupos de 4.500. En Huancavélica había unos 2.200 mitayos. La jornada iba de martes a sábado y era de sol a sol, con una hora de descanso a mediodía. Se pagaban 3,5 reales para los picadores, 3 a los acarreadores y 2,75 a los que beneficiaban el mineral. Como los mitayos solían trasladarse al Potosí con toda su familia, hubo aquí cerca de cincuenta mil indígenas permanentemente y el sistema afectó seriamente a las comunidades, acelerando la catástrofe demográfica. A fines del siglo XVII, no trabajaban en Potosí más de 700 mitayos, prueba evidente de la imposibilidad de conseguir más. La mita no fue exclusiva del Perú. También se empleó en Mariquita (Nuevo Reino de Granada) y en los lavaderos de oro de Chile y Quito. En cuanto a la mano de obra esclava, no dio el rendimiento esperado, pues los africanos se adaptaban mal a los climas fríos. Se les utilizó sobre todo en el beneficio de la plata o en oficios artesanales. Por el contrario, fueron la mano de obra esencial en los lavaderos de oro, ubicados en climas calientes. Durante la segunda mitad del siglo XVII apareció ya una mano de obra asalariada en los centros mineros. Muchos naturales se habían acostumbrado al régimen de vida urbano y preferían seguir en las minas, en vez de regresar a sus comunidades; otros muchos, veían así la única forma de eludir su situación de tributarios. A ellos se sumaron no pocos mestizos.
El trabajo de las minas era extremadamente duro. Los indios barreteros o picadores tenían que extraer el mineral con picos, cuñas y barras a grandes profundidades, realizando enormes esfuerzos en un medio de aire enrarecido. Los que acarreaban el mineral tenían que subirlo en pesadas bolsas por túneles oscuros y pequeños, casi arrastrándose, hasta llegar a la bocamina, que a veces distaba 100 y hasta 200 metros del lugar de extracción. La descompensación originaba enfermedades pulmonares. Los mitayos de Huancavélica soportaban, además, los gases tóxicos y mayores peligros de derrumbe, pues la roca de la mina era muy blanda. Tampoco era mejor la situación de los que beneficiaban la plata, expuestos a la silicosis (derivada de la trituración del mineral) y a los gases venenosos del azogue. En cuanto a los que trabajaban en los lavaderos de oro (cuadrillas entre 50 y 500 esclavos), padecían las enfermedades tropicales y problemas reumáticos, derivados de tener que trabajar todo el día dentro del agua.